miércoles, 8 de agosto de 2012

De los Jardines a Bretannia

miércoles, 8 de agosto de 2012

Un anuncio por una página gastroeconómica me presentó a un pequeño Resto-Bar en la frontera entre Palermo y Belgrano, y tras varias semanas de ir y no ir, decidimos que la mitad de la temporada de frío y lluvia era la ideal para visitarla. Y no sólo el Bar, que lejos vivimos y no queríamos ir a ver una sola cosa, por lo que terminarmos retirando un pedido de minicupcakes (moneda Style) y yendo de paseo al Jardín Japonés, pues justo era temporada de Sakuras (桜 o サクラ?)
Las flores tan fuera de lugar, los Bonsais adorables que con su indiferencia nihilista se exponían en una feria sin expectadores, un restaurante que nos negó Manjus y el contraste entre apagado y brillante del ambiente, nos entretuvo hasta que fueron las 6:15p.m. 
Nos hecharon del Jardín y qué otra cosa podríamos hacer, sino ir al Starbuks del Alto Palermo a comer los cupcakes comprados en otro lado, un Roll de manzana, y una caja de té Earl Grey (la marca original es Tazo) que, dicho sea paso, trae poquísimos saquitos, es carísimo, y ¡sumamente delicioso!
Luego, finalmente, fuimos al dichoso Bar.

De nombre Bretannia [Avenida Elcano 3049 - Belgrano] y onda U.K., su pesada portada de madera roblesca nos recibió como los mejores amigos (aunque no así el barman, de rastas poco amistosas). La decoración, con un tapiz central en rojo y el resto de los detalles, paredes y muebles de madera cuasi tosca, componían una elegancia entre adusta y cosmopolita, como una taberna Irlandesa para Hipster de New York.


Una vela enorme, cuya cera se desbordaba a los lados retroalimentándola, lo que la hacía básicamente eterna, iluminaba la recepción con una luz tenue, muy agasajante, que fabricaba contrastes tensos y aún así amenos, llegando a nuestra mesa y unas pocas más. Para salvar la posibilidad de sentarnos totalmente a oscuras, dos velas más en cada mesa reforzaban la iluminación del ambiente, aunque siempre manteniendo esa tenuidad insitante, sensual.


La chica que nos había recibido formalmente y llevado a nuestras mesas, a los pocos minutos ya nos preparaba los individuales y nos traía la entrada. 
Nachos con verduras a la criolla y un fondue de queso cheddar (mínimo, si cabe la crítica), ricos aunque no exquisitos, nos preparó para el plato principal, que tardó muy poco en venir. Sí, hay que reconocer la rapidez del servicio...
Pedimos dos Cazuelas de Lomo (guisado en especias y vegetales), acompañados de papas y batatas al horno y pan Brioche, la especialidad de la casa (no quisimos el Pollo al Curry, estábamos hartos de pollo). Al llegar a la mesa, la humeante cazuelita individual nos agradó bastante en aroma y aspecto. Aunque debo decir que el peregil que le han puesto, muy fresco para la cocción, terminó tomando mucho el plato, lo que hubiera preferido que no lo hiciera.



De abundantes porciones y sabor, ahora sí, exquisito, la combinación con el crocante de las papas, la suavidad de las batatas, la sutil dulzura del pan, y el balance bastante acertado de las especias, esta cena valió mucho la pena (y penurias... no olvidemos el frío y la lluvia), satisfaciendo completamente el apetito y el paladar, si se entiende.
Finalmente tocaba los postres. Aunque no había muchas opciones, sí se puede decir que la presentación y sabor de ambos estuvo a la altura, más allá de que no tenían una combinación o complejidad de sabores muy fuera de lo común.
El Brownie Caramel con Almendras, que de caramel poco tenía -apenas se sentía-, estaba compuesta por una gran bola de helado de crema americana, un par de almendras decorativas y salsa de chocolate, que hubiera estado decepcionante si realmente me importara que las comidas se sirvan estrictamente a la misma temperatura cada una; sin embargo, el sabor era muy bueno, por lo que no hay mucho más que añadir. El postre Oreo, imitando un alfajor helado con apariencia de galletita Oreo, también decorado con frutos secos, en este caso el corazón de una nuez, se mostró y sintió igualmente sabroso, ignorando, claro, el hecho de que habían perdido un pelo en la masa... esto último, en definitiva, para nada bueno.


Debo agregar que esta visita tuvo un extra a favor (para quienes disfrutan de un concierto en vivo), pues se presentó un dúo de Jazz que siguió tocando el resto de la noche.


En conclusión, más allá de los inconvenientes logísticos del día, el pelo y el clima, Bretannia nos sorprendió por su ambiente grato y armonioso, su cocina sabrosa y su atención cortéz y complaciente. Los precios, que rondan los AR$200,00 (pesos) para dos personas, son bastante accesibles (teniendo en cuenta el lugar), además de que constanmente realizan promociones a través de páginas especializadas en descuentos.


#Recomendado.

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